Me di cuenta de que el culpable de estas actitudes, la mía y la de los mayores que vivían en el resort era el temor a lo desconocido. Que al final, no deja de ser una excusa.
Pero en nuestra mente no son excusas, sino razones.
Si quieres aprender a manejar internet, pero piensas que vas a tener que hacer un gran esfuerzo, que no sabes si serás capaz, no te parecerá una excusa, sino una razón legítima.
Si quiero dejar mi trabajo, pero empiezo a pensar que es complicado, que voy a tener que enfrentarme a muchas cosas, no me parecerá una excusa, sino una razón legítima.
Así es como nos proponemos hacer cosas y luego nos convencemos para seguir igual.
Una y otra vez. Una y otra vez.
Durante la excedencia, tomé la decisión de dejar mi trabajo. Me di cuenta de que cada vez que pensaba en cambiar mi vida, siempre encontraba una razón para no hacerlo. Al final entendí que eran excusas, no razones.
Ahora hago lo que quiero hacer, no lo que los demás esperan que haga.
Y una de las cosas que más me gusta es viajar.