Una experiencia proporciona recuerdos mucho más poderosos, intensos y agradables en nuestro cerebro que la posesión de cualquier bien material.
Además, cuando vives una experiencia, la vives 3 veces, antes (por ejemplo, ilusionándote por un viaje), durante (el placer de dar un paseo al lado del mar o contemplar una Catedral) y después (la alegría de recordar un viaje y compartirlo con tus seres queridos).
Después de 27 años en el área financiera de una gran empresa en Madrid, había perdido todo interés por lo que hacía; estaba estresado, aburrido y desencantado. En febrero de 2020, pedí una excedencia para el cuidado de mi madre que hasta ese momento tenía una cuidadora interna. Pensé que era una buena idea, aprovechaba para estar con mi madre, y de paso desconectaba para pensar qué quería hacer con mi vida, o más bien, como quería vivirla.
Ya no sentía esa presión propia, pero sobre todo externa, que adquirimos cuando nos cargamos de responsabilidades (familia, hipoteca …) y que asumimos como una carga heredada de nuestra educación.
Mi madre vivía en un resort para mayores en Alicante y durante los meses de confinamiento, mis relaciones sociales se redujeron al contacto con las personas mayores que vivían allí.
Tenía 85 años, estaba prácticamente ciega (DMAE), una demencia avanzada y cuidados paliativos en cardiología. La llevaba a la piscina, a la playa (le encantaba escuchar el rumor de las olas), a pasear por Santa Pola y otros pueblos del entorno. Para los mayores que vivían allí era el hijo perfecto.
Ahora que tenía tiempo, me habría gustado viajar con ella, llevarla a lugares a los que sé que le habría encantado ir, pero ya no tenía sentido, le daba igual estar en un sitio que en otro.
Esto me llevó a pensar que lo que no había podido hacer con ella, podría hacerlo con otras personas mayores. Me gusta viajar y me gustan las personas mayores, ¡qué mejor forma de aunarlo que a través de este Proyecto! Conecto bien con ellas, me parece que son personas más naturales que las de mediana edad y que ya no tienen que demostrar nada a nadie.
Por otro lado, necesitaba ver que era capaz de desarrollar un proyecto propio, que me motivase y con el que pudiera disfrutar. Hasta ahora cuando me levantaba, esperaba que el día pasara rápido hasta volver a casa, ahora pienso en todo lo que el día que comienza me va a ofrecer; por eso este proyecto es un regalo para mí, y lo quiero compartir contigo.
Seguramente te dices a ti mismo/a que ya lo has hecho todo en esta vida. Llevas una vida tranquila, con pocas motivaciones más allá de ver el domingo a tus nietos o ver ganar a tu equipo de fútbol sentado en el sofá.
Incluso, puede que colabores con alguna asociación o realices algún taller de vez en cuando.
Aunque realmente sientes que te quedan muchas cosas por hacer, pero hay algo que te lo impide, que te atenaza, que no te deja levantarte del sillón.
Ese algo, es el Temor a lo desconocido, que no te deja salir de tu zona de confort, te provoca inseguridad y te impide hacer cosas que realmente te gustaría llevar a cabo.
El Temor, es una reacción a algo que puede que ocurra en un futuro, algo que es posible, pero la mayoría de las veces improbable.
Cuando preparaba este proyecto, hablé con muchas personas mayores y la respuesta habitual era: ¡a donde voy a ir yo, a mi edad!
Hay demasiados estereotipos y prejuicios sobre el envejecimiento. Estamos en una sociedad que discrimina por la edad. Existe la idea de que un adulto de edad avanzada es frágil y vulnerable y la mayoría no lo son, pero a fuerza de repetírtelo, acabas por creértelo.
Cuando la vida se limita a quedarse en casa, sabes lo que te vas a encontrar, es decir, conoces donde están los cuadros de las paredes, el mando de la televisión o las fotos de la familia.
También cuando la vida tiene una rutina, salir a dar un paseo al parque, al cine del barrio, leer el periódico o quedar con los amigos, puedes anticipar, con bastante fiabilidad lo que va a suceder en ese día.
Durante el paseo por el parque recreas ya, en tu mente, los caminos que puedes recorrer, los bancos donde te puedes sentar, los árboles y sus formas, las flores y sus colores.
Cuando quedas con los amigos, ya los conoces, ya sabes cómo son, incluso sabes sus reacciones, réplicas o argumentaciones.
Por supuesto, todo esto es muy importante, pero no suficiente.
Porque el cerebro trabaja poco, tiene poco que aprender y memorizar.
Y así pasan los días, muchos días.
A todo esto, aun siendo positivo, le falta el “empuje emocional”, que comienza al enfrentarse con lo que No se conoce.
Y precisamente, viajar significa esto. Viajar quiere decir en esencia aprender y memorizar, quiere decir, adquirir percepciones y memorias nuevas, estímulos nuevos, desafíos nuevos, costumbres nuevas. Ayuda a mantener el cerebro activo.
Pero lo más importante, es la emoción que se asocia a esta actividad, Aparece la curiosidad, nuevas situaciones a las que te tienes que enfrentar, pero que sabes que eres capaz de controlar, que puedes con ello y que no suponen una amenaza.
Además, recibes de un modo placentero, un montón de información y por tanto de conocimiento que se queda almacenada en tu cerebro.
En definitiva, se trata de dejar de vez en cuando de lado lo conocido y hacer algo nuevo.